Silvia Guadalupe Cabrera
En México, en política pública, la evaluación en educación toma fuerza en las dos últimas décadas del siglo XX. Desde la administración pública se ponen en juego esquemas de acción para valorar el sistema educativo y se someten a escrutinio los procesos que tiene tal función. Los instrumentos utilizados técnicamente estandarizaban las instancias de educación, lo que nos hace preguntar sobre la existencia de los procesos de análisis, y sobre los procedimientos que conjuntan la presentación de información.
Ese panorama nos lleva a preguntar ¿cómo se prepara a quienes participan en dicho proceso? ¿qué método se emplea para recopilar información? ¿cómo se valida lo que se recopila?, pero antes ¿de qué tipo debe ser la necesaria evaluación? ¿cómo distinguir entre cualidades de información? ¿en qué cantidad se ha de recoger información para someterse a evaluación?
En virtud de lo anterior, la evaluación presenta condiciones técnicas, teóricas y metodológicas particulares. Por ello, en su finalidad ha de considerarse que sirve para objetivar la certeza de la acción así como, en su impacto, promover el uso de resultados para apuntalar cursos de acción –ya sea en tanto definir, programar e instrumentar- alguna condición del objeto en el que recae). Es decir, detrás de la evaluación, está evaluar el proceso y el producto.
Como método, evaluar distingue dos principales caminos: el cualitativo y el cuantitativo. Este último con una tarea de constatar, mediante cifras y datos –el / los referente/s numérico/s, que dibuja/n la condición o el estado del objeto-. El dato ilustra, da cuenta y describe al objeto mismo (como botón o nivel que sube o baja en rayitas, y se torna en identificador; señal). Esta visión tiene origen en la perspectiva de lo funcional, y la funcionalidad que, sí y solo sí, es la que logra objetivar una relación de causa – efecto; relación eficacia – eficiencia, que se apoya en resultados objetivos -se cree- y que, a base de números, otorga posiciones en una tabla y establece orden, y el lugar que se ha de ocupar en dicho orden.
La evaluación va más allá
La evaluación busca llegar a dotar de criterios de cualidad; es decir, de valorar la calidad. Donde el criterio de la valoración del objeto evaluado, es la que proporciona legitimidad a los contenidos, dejando fuera la esquematización cuantificadora que habla de la funcionalidad y nunca ha de demostrar la cualidad/calidad del objeto mismo.
Optar por la senda de la evaluación cualitativa, permite observar los cambios, el devenir, la historicidad del, y en el objeto de estudio; permite así dilucidar sobre qué indicadores de rendimiento -si se quiere- han de relacionarse como posibilidades que hablan del objeto en su conjunto. Y, en el ámbito de la evaluación cualitativa, uno de los elementos a considerar, será el de la confianza y la fiabilidad en la expresión de los sujetos que participan en el o los procesos -sujetos activos y participantes con un papel definido-, nunca como recipientes de normas, programas, procesos; o como relatores o delatores de procesos, métodos y resultados, en los que escasamente fueron abiertamente convocados a participar.
La importancia de la evaluación, como política pública, radica en los resultados. Siendo así, si arroja una situación débil, poco útil o, simplemente, mala, derivará en acciones donde, quizá, los recursos disminuyan y esto repercuta en logros que sin duda, no serán alcanzados.
En próxima intervenciónUNO DE LOS RETOS DE LA EVALUACIÓN: ROMPER EL CÍRCULO QUE SI BIEN NO ES VICIOSO, TAMPOCO VIRTUOSO.
S GPE C N
FCPS, abril 2019
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